El cielo estival

Las cálidas temperaturas de las noches estivales, sumado a que julio o agosto suelen ser los meses de vacaciones para la mayoría, invitan a tener más contacto con el cielo estrellado. Puede que las condiciones atmosféricas no sean las mejores para la observación, pues el cielo suele presentar menos transparencia y la contaminación lumínica afecta por tanto en mayor medida, pero la aparición en nuestras noches (en latitudes medias del hemisferio norte) de las zonas más brillantes de la Vía Láctea y la presencia de cierta actividad meteórica (debida principalmente a las Perseidas de agosto), son buenos motivos para alejarse de los núcleos urbanos y disfrutar del espectáculo de un cielo cuajado de estrellas. Además con unos prismáticos tenemos ocasión de observar una gran cantidad de objetos del catálogo Messier que están al alcance de pequeños instrumentos. 

Nuestra observación debería comenzar orientándonos correctamente, para lo que debemos localizar el Gran Carro de la Osa Mayor, que estará sobre el horizonte noroeste bajando paulatinamente conforme pasen las horas y los días. Ayudándonos de este asterismo localizamos la estrella Polar y por tanto identificamos la dirección norte. Si miramos al oeste tras ponerse el Sol podemos contemplar cómo Virgo (y su estrella Spica), la Cabellera de Berenice y el Boyero (con la anaranjada Arturo) presentan una posición cada vez más baja.

Mientras tanto de este a sur comienza a salir paralela al horizonte la franja lechosa de la Vía Láctea. Nos llamará especialmente la atención una estrella roja y brillante: se trata de Antares, la principal del Escorpión, cuya característica forma se va incorporando en el cielo. La Vía Láctea se irá viendo antes conforme pasen los días (en Junio tendremos que esperar a la media noche, algo menos en Julio, y poco después de atardecer en agosto), y desde su región más brillante (donde se encuentra la mayor concentración de estrellas hacia el núcleo de nuestra galaxia) podemos comenzar nuestro recorrido por las principales constelaciones de estos meses. 

Recostado sobre el horizonte Sur se distingue Escorpio, una de las pocas constelaciones cuya forma sí podemos relacionarla con su nombre. La roja Antares estaría en el tórax del arácnido y las otras estrellas más brillantes darían forma al abdomen y el aguijón. Mientras Antares es una gigante roja a 550 años luz en la última fase de su vida (el nombre proviene del griego y significa «antimarte», pues su intenso color rojo haría a este astro «rival» del planeta Marte), las otras estrellas son en su mayoría gigantes azules o blancas situadas a una distancia de entre 400 y 700 años luz. El Escorpión se halla situado en una región muy rica en estrellas y posee cúmulos notables que pueden ser observados con prismáticos.

Ascendiendo por el plano galáctico desde la cola del Escorpión entraremos en la constelación de Sagitario. Su agrupación más característica recuerda a una tetera cuya boca estaría situada al oeste, como vertiendo su contenido sobre la Vía Láctea. Sagitario abarca las regiones más brillantes de la Vía Láctea y el propio centro de la galaxia está en esa dirección a unos 27.000 años luz, tras una gran densidad de estrellas y nubes oscuras que lo ocultan y sólo nos permiten penetrar unos 10.000 años luz en el espectro visible.

Siguiendo el Camino de Santiago hacia el norte tenemos las constelaciones de la Serpiente y el Escudo. La segunda es una de esas constelaciones introducidas por Hevelius en el siglo XVII y constituida por estrellas poco brillantes. La Serpiente es una gran constelación dividida en dos por Ofiuco, que la sujeta en sus manos de modo que la cabeza queda hacia el Oeste y la cola hacia el Este, junto al plano de la Vía Láctea. Ofiuco y la Serpiente abarcan una porción enorme de cielo por encima de Escorpio hasta Hércules.

Si miramos prácticamente sobre nuestras cabezas nos llamará la atención una estrella bastante brillante de color blanco-azulado; de hecho si echamos un vistazo a toda la bóveda celeste comprobaremos que es la más brillante de las que podemos ver. Se trata de Vega (de la constelación de la Lira), la quinta estrella más brillante del cielo nocturno. Si continuamos mirando hacia el norte por la Vía Láctea encontraremos otro astro destacado, Deneb (estrella principal de la constelación del Cisne, la «cruz del norte»); y si ahora volvemos a mirar al sureste contemplaremos sobre Sagitario y el Escudo la constelación del Águila, cuya estrella principal, Altair, forma junto a las anteriores los vértices del Triángulo de Verano. Justo debajo del Águila estará saliendo la constelación de Capricornio y más al este Acuario.

Un poco más hacia el oeste de la Lira se encuentra la constelación de Hércules, limitada al sur por Ofiuco y al norte por el Dragón. Su núcleo lo forman cuatro estrellas (que se corresponderían con el pecho del héroe mitológico) del que surgen unas cadenas de estrellas que se pueden imaginar como los brazos y piernas.

Con este recorrido, desde Escorpio hasta el Cisne por el plano de la Vía Láctea, y las constelaciones de la Lira y Hércules, podemos descubrir con unos sencillos prismáticos una gran cantidad de objetos, o simplemente maravillarnos con la riqueza del cielo en estas zonas. 


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