Todos los años aparecen noticias sobre casos de fiebre del Nilo Occidental, enfermedad producida por un virus que se transmite por la picadura de mosquitos. En el ciclo de este virus participan caballos y aves, y de ellos salta a los humanos picadura mediante. Que mosquitos y enfermedades van de la mano ya lo saben muy bien en latitudes más bajas, pero aquí no estamos acostumbrados a tomar medidas preventivas contra la proliferación del mosquito que vayan más allá del uso de insecticidas, como las destinadas a controlar los factores que favorecen su reproducción, sobre todo la presencia de agua estancada. De lo que no se habla tanto es sobre nuestra querida iluminación exterior nocturna, emitida con pasión y derroche, y su papel en la proliferación de mosquitos y en la transmisión de enfermedades como la fiebre del Nilo Occidental.
En el caso del mosquito común (vector de numerosas enfermedades), las hembras sobreviven al invierno en un estado que se llama de diapausa. Este periodo de inactividad está regulado por un reloj circadiano que, como en nuestro caso, depende de los ciclos de luz y oscuridad. Los cambios en la duración de estos ciclos es lo que informa al mosquito de la estación, y de si ya ha llegado el momento de activarse y comenzar su ciclo reproductivo. Una investigación ha llegado a la conclusión de que la luz artificial nocturna puede interrumpir prematuramente la diapausa del mosquito y -si encuentra las condiciones favorables- prolongar (o iniciar antes) la temporada de picaduras. Puede ocurrir que no superen el invierno y a largo plazo disminuya su población, pero teniendo en cuenta que los años son cada vez más cálidos, podría suceder lo contrario: más mosquitos y durante más tiempo.
Hablemos ahora del gorrión, el ave urbana por antonomasia, que en los últimos años ha visto su población menguada. Ruido, contaminación, mala alimentación, estrés… la vida del gorrión de ciudad es dura y su sistema inmunitario se ve cada vez más debilitado. También sufren la excesiva y blanca luz nocturna, que le produce alteraciones fisiológicas y afecta a sus ciclos circadianos. Se han vuelto así más susceptibles a enfermedades, y cuando les pica un mosquito portador del virus del Nilo Occidental lo tienen en su cuerpo durante más tiempo. Así, aumentan las probabilidades de que el mismo mosquito que pica a un gorrión infectado nos pique a nosotros, y nos transmita la enfermedad. Otro estudio ha estimado que la contaminación lumínica (factor decisivo en el debilitamiento del sistema inmunitario del gorrión) aumenta un 41% las posibilidades de transmisión del virus.
Por tanto, entre las medidas preventivas contra la propagación de enfermedades como la fiebre del Nilo Occidental debería estar actuar sobre la iluminación exterior nocturna, siguiendo unas directrices que se resumen en iluminar sólo donde sea necesario, cuando sea necesario, con la intensidad estrictamente necesaria y con la luz más cálida posible.
