Desde mediados de noviembre estamos en inmersos en el delirio navideño. No me gustan mucho estas festividades, pero he de reconocer que cuando era chiquillo me hacían mucha ilusión, como supongo que a todos. Y no se trata sólo de nostalgia, es que entonces había menos tonterías: la Navidad empezaba el 22 de diciembre, momento en el que se encendía el escaso alumbrado festivo (si es que lo había), Santa Claus no había aterrizado aún por aquí y esperábamos religiosamente al 6 de enero para recibir el regalo de los Reyes Magos (el regalo, en singular, que normalmente era un juego de mesa para así disfrutarlo todos). Y en el belén o en el árbol destacaba algo que perdura como un icono de estas fechas: la estrella de oriente.
Puede que sea una de las primeras figuras que hemos garabateado de pequeños, junto a la casita echando humo y los palotes cabezones que representaban a nuestra familia: una estrella con una larga cola que nos indicaba que la escena no transcurría en una fecha cualquiera, sino cerca del 25 de diciembre. Ese día del año se celebra en el mundo cristiano el nacimiento de Jesús, y se supone que el astro inusual fue el encargado de guiar a los tres magos de oriente hasta el lugar del suceso. Eso es lo que cuenta el evangelio según San Mateo, que habla genéricamente de «una estrella», aunque al final la representamos más bien como un cometa. ¿Pudo existir tal evento o es sólo una figura simbólica? La mención a esta estrella en un evangelio ha despertado el interés de muchos estudiosos por averiguar si pudo ser algo real; y todo por un motivo de peso: apenas existen referencias para datar la fecha del nacimiento de Jesús, de modo que si se puede encontrar algún fenómeno astronómico inusual podría ser una pista interesante.
La fecha del nacimiento
El primer año de nuestro calendario fue fijado en el siglo VI por Dionisio el Exiguo, un monje que recibió el encargo del Papa Juan I para fijar cuál había sido el año del nacimiento de Jesús y establecerlo como inicio de la era cristiana. Una labor nada fácil, porque ni en los evangelios dan muchas pistas ni parece que los apóstoles se preocuparan de anotar cuándo era su cumpleaños. La de quebraderos de cabeza que se hubiera ahorrado el pobre Dionisio si algún evangelista hubiera dicho que Jesús nació tal día de tal mes del año cual de la fundación de Roma, o del calendario hebreo, que también hubiera servido. Y más difícil es encontrar alguna referencia histórica que fuera más o menos contemporánea. La verdad es que si nos ponemos puntillosos las fuentes históricas de la época (tanto romanas como hebreas) no mencionan absolutamente nada de la figura de Jesús. Hablan de profetas y rebeldes judíos que luchaban contra la ocupación romana y los apoltronados cómplices de las clases dominantes locales; de sectas apocalípticas que anunciaban la venida inminente del Mesías para repartir hostias (de las que duelen) y poner a los romanos pies en polvorosa. Pero no terminaba de llegar y los que sí sabían repartir palos (y bien) eran los romanos, que crucificaban insurgentes por docenas un día sí y otro también. Así que probablemente Jesús, si existió, pasó bastante desapercibido entre tanto jaleo, muy lejos de la imagen exagerada que transmitieron muchos años después los evangelios, sus traducciones y sus reinterpretaciones. Pero a pesar de la ausencia de información, este monje escita rebuscó todas las pistas posibles en los escritos, en especial las referencias a los sacerdotes del Templo de Jerusalén, para relacionarlo con otra documentación histórica y calcular el año del nacimiento, que según él fue el 754 de la fundación de Roma.
Sin embargo, Dionisio se equivocó en al menos cuatro años. En los evangelios hay dos citas de hechos históricos que ayudan a establecer un límite superior y otro inferior. El primero es el censo de Augusto, que podría haberse realizado entre el año 8 y 6 a. C; el segundo es la muerte de Herodes, acaecida poco después de un eclipse de Luna y antes de la Pascua judía, momento que se ha identificado con el eclipse que tuvo lugar el 13 de marzo del año 4 a. C. De este modo el año establecido como inicio de nuestra era es muy poco probable que fuera el del nacimiento de Jesús, que debe situarse entre el año 8 y el 4 a. C. En cuanto a la fecha del 25 de diciembre, se estableció por convención en el siglo IV. De hecho los mismos evangelistas dan pistas que hacen poco creíble que sucediera en invierno, siendo más probable que ocurriera en septiembre, octubre o en primavera. Sin embargo la adopción del 25 de diciembre obedece a fines más prácticos: hacer coincidir la celebración con otras festividades paganas.
El solsticio de invierno es el momento en que la duración del día empieza a crecer de nuevo en el hemisferio norte, y el recorrido del Sol deja de ser cada vez más bajo sobre el horizonte. Esto desde el punto de vista mítico-religioso se interpreta en todas las civilizaciones como el renacimiento y triunfo del Sol sobre la oscuridad, la renovación de la vida. Por eso encontramos importantes festividades en todas las culturas asociadas al solsticio de invierno: las Saturnales y el Natalis Solis Invictis en Roma; el nacimiento de Frey (dios de la fertilidad) en las culturas germanas y nórdicas (en estas fiestas tenían por costumbre adornar un árbol que representaba a Yggdrasil, el árbol del Universo; nos suena ¿verdad?) o el advenimiento de Huitzilopochtli en la cultura mexica, entre otros ejemplos. La estrategia del cristianismo para extenderse era desplazar progresivamente los cultos paganos, lo que resulta más fácil si se hace a través de un proceso de asimilación en el que se sustituyen las festividades antiguas por las nuevas, diosas madres por advocaciones marianas y espíritus por santos y ángeles.
Así que podemos afirmar que, independientemente de la errónea estimación de Dionisio el Exiguo, Jesús pudo nacer a comienzos de otoño o primavera de los 4 años que van del 8 al 4 a. C. de nuestro calendario. Pero ¿se puede afinar con más precisión? ¿Hay algún hecho que pueda tomarse como referencia para hacer una datación más precisa? En este punto es en el que varios astrónomos se pusieron a investigar la famosa Estrella de Oriente.
¿Cometa, estrella, planetas o símbolo?
La primera hipótesis (y posiblemente la más realista) es que la estrella mencionada en el Evangelio de San Mateo es una invención alegórica, un símbolo, pues en muchas tradiciones antiguas se asociaba la aparición de una nueva estrella al nacimiento de un rey o un héroe. No ocurría lo mismo con los cometas, que solían asociarse a futuros acontecimientos nefastos. En la antigüedad cualquier evento que rompiese la predecible perfección de los cielos llamaba mucho la atención, y despertaba multitud de conjeturas sobre el futuro.
Uno de los fenómenos que desataban más preocupación eran los cometas. Hoy sabemos que son cuerpos procedentes de los confines del Sistema Solar con órbitas muy excéntricas, y conocemos en muchos casos cuándo han pasado o pasarán cerca de la Tierra. Pero hasta hace poco tiempo no se conocía explicación para astros con un comportamiento tan extraño: se hacen visibles repentinamente, poco a poco se van desplazando por el cielo aumentando su brillo al tiempo que presentan una cola nebulosa creciente (adquiriendo un aspecto fantasmal) hasta que en cuestión de semanas desaparecen. De un acontecimiento tan llamativo tomaban buena nota los sabios de la época, y por ejemplo tenemos constancia de que en el año 12 a. C. se pudo observar un «extraño astro con cabellera» rompiendo la armonía de los cielos (hoy sabemos que era el cometa Halley). Pero esta fecha es demasiado anterior al intervalo 8-4 a. C., y no existen más referencias a astros con cabellera que pudieran haberse visto en ese tiempo. Teniendo en cuenta además que estos cuerpos se asociaban a futuros hechos aciagos, es improbable que la Estrella de Oriente fuera un cometa, cuando lo que anunciaba era el nacimiento de un personaje importante, un rey. De hecho las primeras representaciones de la Estrella de Oriente con cola datan de la Edad Media, pero no las encontramos antes.
Otro astro que puede aparecer repentinamente en el cielo es una supernova. Se trata de estrellas que pueden presentar muy poco brillo y no ser perceptibles a simple vista, pero que de repente lo aumentan de modo espectacular. Lo que hay detrás de este fenómeno es la muerte de una estrella que acaba colapsando sobre sí misma y produciendo a continuación una colosal explosión. En el año 1.054 astrónomos árabes y chinos dejaron constancia de la aparición de una estrella tan brillante que incluso era visible a pleno día, y que se mantuvo durante 22 meses hasta desaparecer (hoy en su lugar queda la Nebulosa del Cangrejo, en la constelación de Tauro). Pero en el intervalo de tiempo considerado para el nacimiento de Jesús no hay registros de un evento tan excepcional.

Una hipótesis diferente fue la sugerida por Kepler en 1.614, que presenció una conjunción entre Júpiter y Saturno en la constelación de Piscis. Entonces se le ocurrió que la Estrella de Belén no necesariamente tuvo que ser algo muy llamativo, pues según el relato bíblico Herodes necesitó preguntar a los tres magos por el lugar del nacimiento; por tanto bien pudo consistir en un acontecimiento que sólo unos astrólogos eran capaces de interpretar. Hizo sus cálculos y obtuvo que en el año 7 a. C. se produjo una de estas conjunciones. Según pensó, fue probable que los magos interpretaran astrológicamente el acontecimiento como el inminente nacimiento de un nuevo rey (Júpiter) de justicia (Saturno) entre los hebreos (en Piscis). Tomando esta hipótesis Jesús pudo nacer en otoño del año 7 a. C. En contra de esta idea tenemos el hecho de que la conjunción tampoco fue lo suficientemente cercana y la mayoría de astrólogos de la época no le dieron demasiada importancia.
Otros astrónomos han aventurado diferentes explicaciones, como la de Michael R. Molnar, que supuso que una conjunción de Saturno, Júpiter y la Luna en Aries era realmente el acontecimiento que pudieron interpretar como el nacimiento de un nuevo rey. Esto ocurrió el 17 de abril del año 6 a. C, pero se produjo muy cerca del Sol y tuvo que ser muy difícil de observar, argumento principal en contra.
Recientemente se ha planteado que tanto la hipótesis de Kepler como la de Molnar pueden ser parte de una serie de acontecimientos astronómicos que pudieron interpretarse en el sentido que supuestamente lo hicieron lo tres magos de oriente. Aunque no debemos olvidar que la Estrella de Oriente (o de Belén) pudo ser una invención literaria para dotar al nacimiento de Jesús de los elementos simbólicos asociados tradicionalmente al advenimiento de grandes reyes.
Y termino deseando que paséis bien estos días independientemente de la creencia que profeséis, apreciando el elemento común de todas ellas: la continua y necesaria renovación de la vida, lo único realmente valioso que tenemos. Feliz: Solsticio de Invierno, Navidad, Natalis Solis Invictis, Amaterasu, Deuorius Riuri, Deygān, DōngZhì, Goru, Hogmanay, Junkanoo, Karachun, Koleda, Brumalia, Sankranti Makara, Modranicht, Jõulud…
