La evolución del calendario (II): Roma

Las primeras poblaciones neolíticas comenzaron utilizando como referencia para la medida del tiempo el ciclo lunar, algo que no es de extrañar, pues de todos los astros la Luna es el que presenta el ciclo más evidente y llamativo después del ciclo de salida y puesta del Sol. El año solar tal y como hoy lo conocemos se «inventa» posteriormente, cuando las sociedades se vuelven más complejas y se hace indispensable tener un cómputo que se adapte al ciclo estacional anual que rige la vida civil de las primeras urbes. Como vimos en el artículo anterior, el primer calendario solar del que se tiene noticia fue el egipcio, aunque coexistían otros calendarios locales posiblemente de origen lunar. Hay civilizaciones en las que coexistían diferentes cómputos para distintos fines, que podían combinarse para dar lugar a cuentas aún más complejas, siendo el caso del calendario maya el mejor ejemplo.

El calendario que utilizamos hoy en día tiene su origen en la adaptación que hizo Julio César (posiblemente basándose en el calendario egipcio) del calendario lunar de diversas poblaciones de la Península Itálica. Como otras poblaciones europeas, los antecesores de los romanos utilizaban un cálculo del tiempo con objetivos eminentemente agrícolas, basándose en el ciclo lunar de unos 29 días, que quedaba desacoplado de las estaciones con el tiempo. A este calendario lo llamaban los romanos el Calendario de Rómulo, que al menos se remonta al año 753 a.C.

En el calendario de Rómulo el año empezaba con el equinoccio de primavera y se componía de diez meses. Los cuatro primeros meses estaban dedicados a otros tantos dioses: Martius  (dedicado a Marte), Aprilis (dedicado a Apolo), Majus (en honor de Júpiter) y Junius (dedicado a Juno); y el resto los nombraban por su orden: QuintiliusSextiliusSeptemberOctoberNovember y December. Seguro que estos nombres nos resultan muy familiares. 

Según el escritor latino Macrobio, Rómulo había fijado el principio de cada mes en correspondencia con la luna nueva. Pero el tiempo que tarda en verse nuestro satélite tras el novilunio varía, de forma que la duración de cada mes podía ser diferente. De este modo, un pontífice se encargaba de llamar a la plebe en Campidoglio y anunciar cuántos días faltaban para llegar a las nonae, es decir, al primer cuarto de Luna. 

Parece que fue el rey romano Numa Pompilio el que decretó la primera reforma del calendario de Rómulo, adaptándolo a un periodo de 12 lunaciones (354 días) y añadiendo dos meses más: Ianuarius (dedicado a Jano) y Februarius (dedicado a Februus, Plutón), cada uno de 28 días. Pero este año de 354 días está lejos del año trópico y del ciclo de las estaciones (365 días y un poquito más), y, según Macrobio, el rey Numa añadió un mes de 22 o 23 días que se intercalaba cada dos años para acoplar el calendario lunar con el ciclo solar. Este mes fue llamado Mercedonio (porque se decidió que en este periodo se pagasen los impuestos), y se intercalaba tras Februarius (que era el último mes), siempre antes de la lunación de primavera. 

Aunque tras la reforma de Numa Pompilio el calendario se aproximaba más al año trópico, la determinación de cuándo se añadía el mes Mercedonio y de los inicios de año corría a cargo de los pontífices, que acabaron manejando el calendario a su antojo (especialmente en lo referente a fijar el mes de cobro de impuestos). Su arbitrariedad acabó por crear tal confusión que en el año 46 a.C. el calendario romano se encontraba tres meses desacoplado respecto a las estaciones, de modo que cuando el calendario decía que era el equinoccio de otoño, realmente estaban en el solsticio de verano. Y entonces llegó Julio César a poner orden.

Julio César, harto de las manipulaciones de los pontífices, llamó a Sosígenes de Alejandría para consultarle sobre el modo de reformar el calendario, para que éste no quedara a expensas de añadir tal o cual mes o de fijar el inicio del año de acuerdo a la imprecisa percepción del momento de luna nueva. Sosígenes probablemente conocía el intento de reforma del calendario egipcio de Canopus, y lo primero que le recomendó fue separar el año civil del año lunar, adaptando el primero a una duración de 365 días y añadiendo un día cada cuatro años al que se llamó bis sextum (se contaba dos veces el día denominado ante diem sextum calendas martias). La denominación de los meses se mantuvo en principio, pero César decretó que el primer día del año fuera el del plenilunio posterior al solsticio de invierno; así el primer mes pasó a ser Ianuarius y el último December, con la duración en días que ha llegado hasta nuestros tiempos. Posteriormente se cambió el nombre del mes Quintilius por Iulius (en honor a Julio César), y el Sextilius por Augustus (en memoria de Augusto).

Los días del mes se contaban hacia atrás tomando como referencia unas fechas únicas: las calendae (el primer día de mes), las nonae (el día quinto o séptimo, dependiendo del mes) y los idi (el día 13 o el 15, dependiendo del mes). En vez de decir «hoy es dos de abril», decían «a partir de hoy incluido faltan cuatro días para llegar a las nonae.» El día anterior a las nonae era el pridie nonas; el anterior a los idi era el pridie idus y el último día de mes era el pridie calendas (referido al primer día del siguiente mes). 

Este calendario estuvo vigente hasta finales del siglo XVI, momento en que la diferencia entre su duración (365,25 días) y la duración real del año trópico (365,2422 días) había desplazado las fechas en 10 días, lo que originaba serios trastornos para fijar el año litúrgico de la Iglesia de Roma. Por eso el Papa Gregorio XIII hizo una nueva reforma e instauró el llamado calendario Gregoriano, que es el que tenemos en la actualidad. De esta reforma y de algunas cuestiones más hablaremos en otro artículo. 


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