Los cometas provienen de los confines del Sistema Solar y se adentran de vez en cuando en su interior siguiendo órbitas muy excéntricas. Existe una enorme cantidad y variedad de ellos, aunque son pocos los que se aproximan lo suficiente y resultan tan brillantes como para ser observados a simple vista. Antes de que Edmund Halley pronosticara la reaparición del que lleva su nombre para 1759 (aplicando las recientes teorías de Newton), estas pequeñas rocas heladas causaban un gran revuelo rompiendo la perfecta armonía aristotélica de los orbes celestes. Si ya les costó a los empecinados astrónomos siglos de estudios y artificios matemáticos para encajar a los «errantes» planetas en el modelo geocéntrico, sólo les faltaba que de vez en cuando viniera un cometa a terminar de amargarles los epiciclos. Pero en el siglo XVIII ya estaba aceptada y más que confirmada la teoría heliocéntrica, y la gravitación de Newton proporcionaba la base física para explicar las órbitas elípticas de los cuerpos del Sistema Solar, lo que permitió comprobar que los cometas eran unos astros más orbitando alrededor del Sol aunque con ciertas peculiaridades.
Hoy sabemos que el origen de los cometas está en dos distantes regiones: el Cinturón de Kuiper -situado más allá de la órbita de Neptuno- y la hipotética Nube de Oort, en los mismos confines de nuestro Sistema. Realmente son restos de la nube primigenia que dio lugar al Sol y a los planetas, que han permanecido situados en la zona más alejada de nuestra estrella conservando la misma composición que hace miles de millones de años. En el tamaño y forma pueden ser similares a los asteroides (cuerpos irregulares de unos kilómetros de diámetro), pero su composición es diferente, con una gran catidad de agua y gases congelados. Al estar muy lejos de nuestra estrella tienen un vínculo gravitatorio más débil y es muy fácil que sufran la influencia del paso cercano de otra estrella o de los planetas más exteriores, lo que provoca que algunos sean expulsados y otros se precipiten hacia el interior de nuestro Sistema siguiendo en unos casos órbitas elípticas muy excéntricas, o en otros trayectorias parabólicas o hiperbólicas. Estas trayectorias se ven afectadas por los planetas y cambian continuamente, pudiendo darse el caso de una colisión (generalmente con Júpiter) o de que acaben precipitándose hacia el Sol. Según el tiempo que tarden en completar la órbita se clasifican en cometas de periodo corto (como el Halley, que reaparece cada 76 años) y de periodo largo (de miles de años).
Cuando los cometas se aproximan al Sol se comienza a producir la sublimación de los materiales que lo componen, que son expulsados junto a partículas de polvo y poco a poco al núcleo rocoso le va apareciendo una cabellera difusa. Por un lado las partículas expulsadas se mantienen en la trayectoria orbital del cometa formando la que se conoce como cola de polvo, y por otro los gases interaccionan con el viento solar y forman la cola de plasma, que aparece siempre opuesta al Sol. Estas formaciones crecen conforme la distancia al Sol se acorta, y cuando el cometa vuelve a alejarse desaparecen. Las partículas que deja el cometa son las que producen las conocidas lluvias de estrellas cuando la Tierra atraviesa su órbita y penetran en la atmósfera.
Arriba, dos ejemplos de cometas recientes: el C/2009 P1 Garradd, que fue visible en 2012 con prismáticos; y el que se puede considerar el último gran cometa hasta la fecha, el Neowise del año 2020.
Doce cometas destacados en la Historia
El gran cometa de Aristóteles (373-372 a.C.)
Uno de los primeros cometas documentados en Europa fue el observado por Aristóteles en su infancia, registrado años después en su obra Meteorologica. Apareció durante el invierno del año 373 al 372 antes de nuestra era, y fue descrito como un objeto cuya luz se extendía como una gran cinta a lo largo de un tercio del cielo, y tan brillante como para producir sombras. Algunos cronistas mencionaron que el cometa se rompió en dos, lo que lleva a pensar que se trataba de un sungrazer cuyo núcleo se rompió tras su paso por el perihelio. Parece que poco después de su aparición en los cielos ocurrió un terremoto con tsunami incluido, que como no podía ser de otro modo vincularon al cometa. Aristóteles consideró los cometas como fenómenos sublunares y no como cuerpos celestes.
El cometa de Nerón (65 d.C.)
Según Séneca, fue un cometa visible durante seis meses durante el reinado de Nerón, un emperador que no necesitaba muchos incentivos para quitarse enemigos de en medio (tres años antes asesinó a su esposa Octavia). Tácito lo resumió: «apareció un cometa, tras lo cual Nerón se encargó de derramar la sangre de algunas personas destacadas como sacrificio expiatorio.» Séneca fue suicidado ese mismo año.
El gran cometa de 1264
En 1264 pudo verse un cometa durante cuatro meses, alcanzando su cola una longitud de 100 grados en julio. Según los cronistas de la época, fue aparecer el cometa y enfermar el papa Urbano IV, que murió cuando el cometa dejó de ser visible. Este cometa papicida (¿venganza de Tannhäuser por no perdonar su estancia en el Venusberg?) pudo ser uno de los fenómenos cometarios más importantes de la Historia.
El gran cometa de 1472
En enero de 1472 un cometa pasó a sólo 10 millones de kilómetros de la Tierra. Pocas veces un cometa ha pasado tan cerca. Fue visible durante unos 60 días (desde navidad de 1471 hasta marzo de 1472) y se estima que llegó a alcanzar un brillo de -3 magnitudes.
El gran cometa de 1556
Si hay un cometa al que se le han atribuido más desastres, ese es el de 1556, que algunos astrónomos han considerado el mismo que apareció en 1264 para llevarse al papa Urbano IV al otro barrio (aunque hoy en día se cree que no se trata del mismo cometa). Fue visto por primera vez en febrero de 1556 y en marzo pasó a la zona circumpolar norte donde alcanzó el punto más cercano a la Tierra y una magnitud estimada de -2 (unos 12 millones de kilómetros más cerca y hubiera hecho la gracia completa), para dejar de observarse a finales de abril. El 26 de enero, un mes antes de que empezara a verse, un gran terremoto en China provocó la muerte de más de 800.000 personas. El 10 de mayo otro terremoto destruyó buena parte de Constantinopla. Y el 25 de octubre abdicó Carlos V. Pero qué cometa con más mala baba, menos mal que no ha regresado.
El cometa Kirch (1680)
Fue el cometa más espectacular del siglo XVII, y el primero en ser descubierto con telescopio. Un 14 de noviembre de 1680 antes de amanecer, Johann Gottfried Kirch estaba observando con su telescopio la Luna y Marte, y cerca de ellos vio una nebulosidad. Dos días después apareció una cola que fue creciendo y en poco tiempo el cometa se volvió más brillante, pero se iba acercando al Sol y era más difícil de observar. En su perihelio pasó a menos de 500.000 kilómetros del nuestra estrella y fue visto nuevamente el 20 de diciembre al atardecer (aunque en principio se pensó que era un cometa diferente). La cabeza no era aún visible, pero desarrolló una enorme cola que llegaba desde el horizonte hasta el cénit, claramente visible conforme oscurecía. En los días siguientes el cometa llegó a la magnitud -10, asegurando algunas descripciones que iluminaba la noche cono la Luna en cuarto. Fue estudiado por Flamsteed, Newton, Halley y Euler, entre otros, y generó mucha discusión sobre su órbita.
Mientras que los grandes científicos de la época lo estudiaban, el cometa generó una oleada de pánico colectivo. No eligió el mejor momento para visitarnos: en plena epidemia de peste y con los turcos a las puertas de Viena. Así, en periódicos y octavillas se lanzaron a interpretar el cometa como una advertencia divina, que llevó a muchas comunidades a adoptar singulares medidas de penitencia.
El gran cometa de 1744
Fue descubierto el 29 de noviembre de 1743. Alcanzó su momento de máximo brillo a finales de febrero de 1744, cuando llegó a la magnitud -5 y fue visible durante el día. Pero este cometa fue especialmente famoso por el espectáculo que ofreció a partir del 1 de marzo en los cielos del amanecer, mencionando las descripciones múltiples colas desplegándose en abanico sobre el horizonte, al menos seis (algunos hablaron de 11 o 12). Hoy sabemos que realmente no era una cola múltiple, sino una secuencia de material expulsado en distintos momentos por el núcleo del cometa. Algo parecido ocurrió con el cometa West de 1976.
El gran cometa de marzo de 1843
El siglo XIX fue prolífico: entre 1811 y 1910 hubo ocho grandes cometas, incluidas las dos visitas de rigor del cometa Halley (1835 y 1910). El de 1843 fue descubierto un 6 de febrero, y tras pasar por el perihelio el 27 de febrero llegó a ser visible a plena luz del día, alcanzando la magnitud -10. Cuando se alejó lo suficiente del Sol, fue posible apreciarle una espectacular y brillante cola de 70 grados de longitud. Fue un sungrazer que se llegó a aproximar a sólo 800.000 kilómetros del Sol.
Por estos años pululaba por Nueva Inglaterra un granjero llamado William Miller, muy preocupado por predecir el fin del mundo y la segunda venida de Cristo. A golpe de profecía alcanzó gran popularidad y en 1843 ya tenía decenas de miles de seguidores. Este año era muy especial porque según él, por fin, el momento iba a llegar: entre el 21 de marzo de 1843 y el 21 de marzo de 1844 Cristo volvería, el mundo acabaría y todos ellos (sólo los elegidos, claro) serían felices y comerían perdices. Y ojo, que habría señales en el cielo. ¡Y vaya si las hubo! Menudo cometa les tenía preparado Cristo para anunciar su regreso. Pasó el cometa, pasó el 21 de marzo, pasó 1843, y Cristo que no aparecía. Como se fueron poniendo nerviosillos Miller salió al quite, y dijo que la fecha concreta iba a ser el 18 de abril de 1844. Pues nada, que Cristo les dio calabazas por segunda vez. Como los ánimos se irían crispando (sobre todo entre los que se deshicieron de sus bienes terrenales), varios discípulos de Miller se devanaron los sesos para recalcular una fecha y llegaron a la conclusión de que se habían equivocado, que la fecha correcta era (ahora sí, de verdad de la buena, no nos miréis así que nos estáis asustando) el 22 de octubre de 1844. Amaneció el 23 de octubre y no pasó nada. La mayoría mandó a hacer gárgaras al granjero, pero otros siguieron echándole creatividad al asunto para ahora afirmar que lo que de verdad quería decir la profecía es que en esa fecha Cristo comenzaría a organizar su segunda venida, y que el momento en que ocurriera era cosa de Cristo, que tiene la agenda muy apretada y la lista de los elegidos no se hace en un día, quiénes somos nosotros para meterle prisa. ¿Quedaron como cuatro gatos relegados al olvido? De eso nada: con los años dieron lugar a los que hoy conocemos como adventistas, con veinte millones de seguidores repartidos por el mundo.
El cometa Donati (1858)
Este cometa fue descubierto el 2 de junio de 1858. No fue el más brillante del siglo (su brillo máximo fue de -0,5 magnitudes), pero tuvo muy buenas condiciones de visibilidad en Europa y desarrolló una cola de hasta 40 grados de longitud, siendo también visible (aunque más débil) la cola de gas. Fue el cometa más observado y estudiado del siglo XIX y para muchos ha sido uno de los cometas más bellos de los tiempos modernos, siendo ampliamente representado por los pintores románticos.
Como buen cometa también generó una buena dosis de pánico, aunque esta vez no por supersticiones sino por culpa de un reconocido astrónomo y sus cálculos. John Russell Hind llegó a la conclusión de que los cometas de 1264 y de 1556 eran el mismo, y calculó su regreso para 1857. Y esta vez la cosa no iba a quedar en algún terremoto o defenestración papal, sino que el cometa venía a rematar la faena: según sus cálculos colisionaría con la Tierra el 13 de junio de 1857. Y el cometa apareció justo un año después con el ambiente ya calentito, y una multitud de timadores hicieron su agosto. No pasó nada y hoy sabemos que los tres cometas son diferentes.
El gran cometa de septiembre de 1882
Es el cometa más brillante del que se tienen registros, llegando a alcanzar la magnitud -17, y tuvo sus mejores condiciones de observación en el hemisferio sur. Junto a otros cometas de tipo sungrazers pertenece al llamado Grupo de Kreutz, un conjunto de cometas que posiblemente procedan de la fragmentación de otro mayor allá por el año 372 a.C. (¿el cometa de Aristóteles?). Es el primer cometa del que se han conservado fotografías.
El cometa Hale-Bopp (1997)
Fue el cometa más destacado del siglo XX, no por su brillo (-0,7 magnitudes mientras el Ikeya-Seki de 1965 llegó a -15), sino porque sus buenas condiciones de observación en el hemisferio norte durante varios meses lo convirtió en uno de los cometas más observados y mediáticos. Fue descubierto el 23 de julio de 1995 de forma independiente por dos astrónomos amateurs que estaban observando el cúmulo globular M70 (en Sagitario), cerca del que apreciaron una mancha difusa que no estaba en los mapas. En primavera de 1996 ya era visible con prismáticos y a partir de mayo se comenzó a apreciar a simple vista. El 20 de enero de 1997 alcanzó la segunda magnitud y a principios de marzo llegó a la magnitud 0 y en abril presentó su mejor momento de visibilidad. Fue un gran cometa en todos los sentidos: un núcleo de 40 kilómetros de diámetro (5 veces el del Halley) y se estima que llegó a expulsar 400 toneladas de polvo y 300 de agua cada segundo en su pico de actividad (100 veces más que el Halley), aunque perdiendo sólo un 0,1% de su masa en este encuentro con el Sol. Regresará en el año 4401.
El lado rocambolesco y macabro lo puso una secta new age que creía que el cometa Hale-Bopp era seguido por una gran nave extraterrestre que venía a abducirles (como si no tuvieran otra cosa que hacer los extraterrestres que recoger zumbados por la galaxia). Se llamaba «La Puerta del Cielo» y llevó a cabo un suicidio colectivo para subir a la nave en espíritu. Pues allá que se fueron.
El cometa Halley
No podemos hablar de cometas y no mencionar al más famoso y que más veces nos ha visitado, puntual como un reloj cada 76 años. El cometa Halley no siempre ha reaparecido con fanfarrias y pirotecnias, pero hay constancia de muchas visitas desde los primeros registros escritos que datan del año 240 a.C. en China y Mesopotamia, especialmente cuando coincidían con eventos a los que era vinculado como causa.
- En el año 135 a.C. coincidió con el el nacimiento del rey Mitrídates VI el Grande, rey del Ponto que trajo de cabeza a los romanos. Este rey lo tomó como algo bueno, e incluso lo adoptó como emblema.
- La visita del 12 a.C. fue interpretada por el emperador chino como presagio de un ataque inminente, mientras que en Roma se tomó como señal de la muerte del general Marco Agripa.
- En el año 66, un año después del cometa de Nerón, reapareció el Halley, que se vinculó a la destrucción de Jerusalén.
- En el 451 fue visto en el cielo de la mañana después de la batalla de los Campos Catalaúnicos, en la que se detuvo el avance de Atila.
- En el año 837 el Halley pasó a sólo 5 millones de kilómetros de la Tierra, alcanzando un brillo de -4 magnitudes y generando una cola de 120 grados. Ha sido la mayor aproximación desde que hay registros.
- En 1301 inspiró a Giotto di Bondone, que lo plasmó como la Estrella de Belén en un fresco de la capilla Scrovegni en Padua.
- En 1456 fue objeto del primer intento de determinación de su distancia, lo que marcó el inicio del estudio de los cometas desde una perspectiva científica.
- En 1531 fue interpretado por Lutero como un aviso de Dios para abandonar las viejas formas vinculadas a la Iglesia de Roma.
- En 1607 fue estudiado por Kepler, que calculó una trayectoria curva a partir de sus observaciones, pero se empeñó en mantenerla rectilínea para que encajara con la idea extendida aún de que los cometas se formaban en la esfera sublunar.
- Retornó en 1682, y no llamó mucho la atención después del gran cometa de 1680. Pero tuvo mucha importancia porque Edmund Halley lo estudió y llegó a la conclusión de que éste y los cometas de 1531 y 1607 eran el mismo cuerpo celeste siguiendo una órbita que lo traía de regreso regularmente.
- Y tal y como fue pronosticado regresó en 1759, suponiendo un triunfo de la ciencia sobre la superstición. En la competición por detectar la reaparición del cometa participaba un astrónomo llamado Charles Messier, que para evitar futuras confusiones con otros objetos nebulares que podían parecer cometas decidió hacer un catálogo.
- En 1910 el cometa Halley causó furor en plena fiebre marciana, pues no hacía mucho que Percival Lowell difundió su fantasiosa teoría de los canales y la civilización agonizante. A esto se sumó que la Tierra iba a atravesar la cola del cometa, y en 1909 se había detectado cianógeno entre sus componentes. Conclusión de la prensa: ¡vamos a morir todos! Mayo fue movidito: la palmó el rey Eduardo VII, había gente que se suicidaba, otros se negaban a trabajar (aplicando eso de «para lo que me queda en el convento, me cago dentro») y los vendedores de píldoras y máscaras antigás se forraron. Y encima, el día del fin del mundo (el 18 de mayo) ni siquiera se veía el cometa, pues estaba ya muy cerca del Sol. No pasó nada, aunque hubo numerosos descalabros de los que se subieron a los tejados para intentar verlo en vano. París se lanzó a la calle para celebrarlo, salvo los vendedores de píldoras y máscaras que prefirieron pasar desapercibidos con su dinero a buen recaudo.
- La última visita del Halley fue en 1986, con las mejores condiciones de observación en el hemisferio sur. No fue muy vistoso, pero generó mucha expectación promovida por encontrarnos en plena carrera espacial. En su aproximación fue visitado por la sonda Giotto de la ESA (que tomó impactantes imágenes del núcleo), por dos sondas japonesas (Sakigake y Susei) y por otras dos sondas soviéticas (Vega 1 y Vega 2). Se organizaron campañas mundiales de observación tanto a nivel profesional como amateur.










